Poetas Hazversos

Un blog
para los amigos de la poesía
que nos reunimos
en torno a los poetas de la colección
"Hazversidades poéticas"

(Café Comercial, Glorieta de Bilbao, el último martes de cada mes a las 20:00)

martes, 16 de marzo de 2010

Tsunami tras el terremoto

Como es bien sabido, tras un terremoto, a menudo viene un tsunami. Pese a lo melodramático de la metáfora, creo que expresa bien lo que nos espera el próximo 8 de abril, jueves, en las Hazversidades Poéticas en el Libertad 8. Porque tras el seísmo de muchos grados en la escala Ricther de la Emoción que supuso la presentación y recital de Elvira Daudet en Hazversidades hace apenas una semana, sólo podía mantener el nivel de conmoción y extraordinario lirismo un escritor como Rafael Soler.


“Dar sentido a la vida –dice Malraux en su cardinal biografía de Lawrence de Arabia, El Demonio del Absoluto- significa someterla a un valor incuestionable para uno mismo. Los valores que entrañan ese poder salvador –libertad, caridad, Dios- implican un sacrificio o la apariencia de un sacrificio en beneficio del hombre, le preocupe o no a aquel que los ha elegido. Lo proclamen o lo ignoren, estos valores aspiran a cambiar el orden del mundo, y en virtud de ellos son, como el arte, los grandes aliados del hombre contra el destino”.


Pocos escritores contemporáneos han demostrado mejor con su obra esa lucha del hombre contra el destino que Rafael Soler, funambulista de narraciones y de versos capaz de moldear con palabras que existen y otras que él inventa (¡tristumbre!) una realidad a escala que nos permite a los demás entender la vida. Conocedor envidiable de la naturaleza humana y de las relaciones de los hombres, Rafael Soler es un heterodoxo indispensable de la historia de la Literatura Española.

“…¿dónde estaba escrito que al final, después de todo, nos haría la vida un matrimonio vulgar hasta la náusea, hecho unos zorros nuestro amor de antes, cuando el altísimo mar y la música sonando?; quién, Ana, nos puso de espaldas, tú mirando al dentro igual que yo, y entonces dos dentros, comprendes, propiedad particular la tuya entre sollozos y coto exclusivo, cerradísimo, el mío, por la noche, perdidos en una sola cama -¡qué ironía!-, el tálamo comprado en doce plazos porque aquel vendedor, tan pesado, se empeñó y empeñó, ‘es la mejor, para toda la vida, no hay peligro de que ceda y despierten a medianoche los dos juntos, en el centro, qué incómodo, ¿verdad?’, decía el pobre hombre con su ridículo bigote y unas ganas de sacar el género adelante, ‘que sí, hombre, me lo llevo’, y, mira, qué error, debíamos comprar precisamente lo contrario, un somier para dormir atados, juntos siempre uno sobre otro y los dos una piel, el mismo sueño, aquel hermoso proyecto –tan posible entonces- de casarnos y tener una casita, y vivir y trabajar con la sonrisa puesta, seguro de mí mismo, esperando tú mi vuelta porque había que volver, Ana, la vida era, tenía que ser, precisamente eso, una vuelta diaria a lo que fuimos, pareja feliz, matrimonio que empieza ilusionada y fiebre compartida a la hora de cenar, ‘anda, déjalo, mañana lo recoges, total’, y entonces sonaba, inesperadamente, una música imposible, un vals y una sonata de verano, allí, besándote yo en la cocina y el grifo tap, tap, tap.
Qué distinto luego, Ana, cuando un día, de repente, sin pedirlo nadie y quién pediría una cosa así, ocurrió lo imposible, lo que siempre pasa pero a nosotros no, y tú estabas cansada, a mí me dolía la cabeza –yo, que era un pedernal- y a ambos nos dolía ese silencio nuevo, incómodo, tomando posiciones, creciendo hermoso y saludable sin que ninguno de los dos supiéramos por qué, de dónde sacaba su alimento para tenernos al fin como una estatua –es un decir- como dos niñitos buenos que se miran ‘hola Ana’, ‘qué tal cariño’, y pasan la tarde por pasarla, juntos, sentados como quien dice juntos y en medio del mississippi , un inmenso glaciar donde habitan los besos que no fueron, la caricia sin fin a mediatarde, ese suspiro que iba cuajando en tu garganta cuando éramos los jóvenes más viejos de una ciudad deshabitada, los ancianos precoces de la higuera, moribunda de sol, ahíta de promesas siempre renovada, ‘venga, hombre, qué te pasa’, compartiendo el último madero del naufragio, el postre de piña que habías preparado pensando que así, ‘feliz, feliz, aniversario’, volverían las cosas a su cauce, y ni por esas.
¿Por qué tuvo que pasarnos?, ¿qué hiciste tú, sino quererme?, ¿dónde perdí –que los perdí, Ana, estoy seguro- esos papeles tan vistosos de joven triunfador, de bohemio que luce un pincel en la solapa, y besa a medianoche, y habla el idioma de los gatos?; qué pasó, Anita, con la promesa de ser novios, pero nobios, comprendes, nobios de la Banda para siempre jamás en la vida, y durar el siglo que tenemos que vivir. Porque, además, y eso es lo más triste, viviremos un siglo, ciento nueve años de saber que existes, que yo también estoy –perdido y solo, trampeando; pero estoy-, y entonces cómo viviremos otro día con el fracaso a cuestas de saber que es imposible, haciendo siempre las maletas y dando un portazo de ira contenida a nuestra puerta giratoria, porque, a ver, Ana, qué hilo de acero puede redimirnos, eh, por dónde empiezas…


… buenas noches, amor, y me llamas amor y dónde está el amor que no tenemos, acuérdate, adultos silenciosos que comparten un mercado, la escasa razón de un comedor, ese tramo de lecho que, a veces, resucita, encampana su aliento de viejo hacedor de correrías y nos pone, ilustres visitantes, en el sitio de nadie con la muda por el suelo, entregados al amor –también adulto- de un orificio responsable y el alto mandoble que sabe lo que quiere, estéril penetrarnos cuando nadie comprará para nosotros la ternura de ayer, acuérdate, así, despacio, te amo tanto, y yo sollozaba de placer y el negro fondo de la noche se rompía con la brasa de un cigarro y era tú, mi mosquetero, quien fumaba el denso licor de esa dócil criatura, feliz de conocerte…


… qué harán los matrimonios cuando ella, un día, se levante arrugada, fofa de vaca, lagañosa porque quiere hacer de vientre, y hace de vientre, y él mira su foto en la mesilla, preciosa, un traje sastre o algo así, y la ve enfrente, sentada, haaala, despatarrada vaca fofa, sacándose los mocos, y es su amor, que tiene derecho a hacer de vientre y limpiarse la nariz y qué hará él, enamorado, eres el sol de mi vida la cosita que más quiero en este mundo, y cagando, por favor cierra la puerta, dirá ella, respete mi intimité, qué horror, cuando él ronque de cerdo con pelo, y ella se despierte y encienda la luz de la mesilla, cielos, no, qué mal aspecto el cuello abotagado, sudando, abierta la boca como un ternero tierno y le descubra gordo, con alguna verruguita por el pecho y el vientre hinchado de merluza y buena cerveza que a lo mejor, cielos, eructa también entre dos sueños, pestazo de alcohol y despeinado, clareando una calva inevitable, el gordo cebón de su marido lleno de granos y ruidos, y entonces apagarán la luz y cerrarán la puerta, y se dejarán roncar y hacer de vientre limpiándose los mocos de la vida, y se mirarán sin hablar de casi nada, el periódico, un cine, del brazo por la calle buscando un rincón para morir de risa cuando piensen en los otros, los que fueron, traje sastre y pantalón de rayas, y vean lo que son, sucios cagones, viejos despeinados, fósiles decrépitos que roncan y babean y usan el amor para limpiarse, más que guarros, manchando lo único que de verdad tenían, un mágico botón de todos los antojos y esa sonrisa capitán que me lo como…


… - Así que era esto-dijo Alberto, escuchando todavía el ronco pitido del Correo.
- ¿El qué? –preguntó Ana.
Y sabía que Al, canalla malnacido de todos los canallas, hijo grandísimo de su grandísima madre, bribón de siete suelas, diría en un susurro: la vida”.


En fin, estos demoledores fragmentos de la novela El corazón del lobo, de Rafael Soler (igualitos igualitos que cualquier sombra ventosa ruizafonada o cualquier falconada marítima catedral), sirvan de introducción a nuestro próximo autor. Os dejo un tiempo para digerir tanta iluminación, tanta clarividencia y en unos días nos adentramos en el Rafael Soler poeta, tan contundente e inmisericorde como el narrador…
Mientras tanto, recordad: “Un personaje nunca es el novelista que lo ha creado. Es posible, sin embargo, que el novelista sea todos sus personajes a la vez” (El hombre rebelde, Albert Camus).

2 comentarios:

  1. Tomo nota de ambas cosas: del recital de Soler, al que espero no faltar, y de "El demonio del absoluto" de Malraux, que espero no dejar de leer. Abrazos.

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  2. Tomo nota del libro, no me quedaré sin conocer la historia de Ana. Y entre tanto, la respuesta de André Gorz a lo que, quizás, también es la vida (Carta a D.):

    "Acabas de cumplir 82 años. Has encogido seis centímetros, no pesas más de 45 kilos y sigues siendo bella, elegante y deseable”

    "Recién acabas de cumplir 82 años. Y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace 58 que vivimos juntos y te amo más que nunca. Hace poco volví a enamorarme de ti una vez más y llevo de nuevo en mí un vacío devorador que sólo sacia tu cuerpo apretado contra el mío. Por la noche veo la silueta de un hombre que, en una carretera vacía y en un paisaje desierto, camina detrás de un coche fúnebre. Es a ti a quien lleva esa carroza. No quiero asistir a tu incineración; no quiero recibir un frasco con tus cenizas. Oigo la voz de Kathleen Ferrier que canta Die Welt ist leer, Ich will nicht leben mehr [El mundo está vacío, no quiero vivir más] y me despierto. Espío tu respiración, mi mano te acaricia. A ninguno de los dos nos gustaría tener que sobrevivir a la muerte del otro. A menudo nos hemos dicho que, en el caso de tener una segunda vida, nos gustaría pasarla juntos".


    Gracias por esta nueva hazversidad y por el intenso texto de Rafael Soler que me descubres en tu blog. M.

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