Queridos amigos de las Hazversidades, no quiero dejaros en agosto sin gozosos deberes para que lleguéis en condiciones al examen de septiembre. Así que os voy anunciando nuestra presentación del 8 de septiembre en la que contaremos con otra de nuestras muy grandes poetas, Accésit del Adonais del 87, Carmina Casala. Una mujer sacada de uno o varios de los cuentos de las Mil y Una Noches, de belleza, hospitalidad y lirismo muy fuera del alcance de los meros mortales.
Os dejo con unos poemas suyos y con una joya, la presentación que Rafael Borge (otro inmerecido regalo de la Humanidad) le hizo a Carmina en la Tertulia Hispanoamericana hace apenas unos meses. Que paséis buenas vacaciones, Jaime Alejandre.
EL CORAZÓN DE CARMEN HABLA DE SÍ MISMA
Brío aliento. Y dolor. Es mi armadura
como ráfaga al mar. De abrazadera
ejerzo. Hablo y reclamo. Así cualquiera
me confunde con juicio o con locura.
No investigo del tacto su tersura
si acomoda en mi piel la primavera,
y es frecuente que indulte a quien lacera
la paz que languidece en mi cintura.
Por lo demás, llevo el abecedario
a la mesa de citas con el verso
por aquello del agua y el remanso.
El poema me da lo necesario.
Con él hago la paz y algún converso.
Hilvano mucho amor. Rezo. Descanso.
(De “Carmina Casala. Hazversidades Poéticas”)
4.
Octubre no me visitó en Oriente.
Me abordó lejos
desafiando las leyes de la brújula.
Vino de pronto.
Yo sabía que un timbre
podía derribar todas las puertas,
pero fue diferente:
los cimientos del cuerpo
se vinieron abajo
y con ello –tan frágil-
el cálido solsticio de los sueños.
Sentí cómo lloraban las jambas de mi casa,
cómo se desplomaba la risa en los espejos,
y luego, aquellas notas,
aquel escalofrío desafinando el pulso.
Yo destejía, entonces,
la niebla de tus brazos,
amor sobre las hebras, una a una,
como una vía láctea enamorada
detrás de aquel destello,
entreabriendo el embozo de la luz y el verano.
Caía, como el suicida,
en un túnel sin dueño.
Un mundo sin sentidos,
una fiebre sin puntos cardinales
borrándome del tacto y de la vida.
-No sé por qué de repente era viernes
y el silencio un dolor inhabitable-.
(De “Octubre sin raíz”)
Presentación de Carmina Casala por Rafael Borge:
Carmen me convoca para que la presente. Presentar a Carmen... como si hubiera criatura en el ruedo de lo lírico que la desconociera. Dos semanas llevo viajando entre frases buscando la expresión correcta. Qué decir, qué contar. Inútil. Uno siempre acude a las citas con Carmen. No es cortesía ni civismo, hablamos de amistad. Si la cita converge en su casa, reunirse con Carmen significa merendar versos. ¡Un planazo!, así lo expresa elocuente nuestro hermano Rafael Soler. No conozco humano cuerdo o poeta mendicante que haya rechazado una merienda. Tal y como dicta la letra del bolero: “Si Carmen dice ven... lo dejamos todo”. Por ese motivo estamos hoy “todos” voluntariamente convocados aquí, en este sagrado recinto, hogar y oráculo de poetas, conducido por la mano de esta espléndida sibila que es Marisa (...se lo agradecemos).
Hoy, martes 18, húmedo mayo, perdónenme ustedes, no vengo dispuesto a bucear en las claves de la poética de Carmen, no. Otros expertos en submarinismo indagaron antes a profundidad extrema. Confieso el pánico al medio marino, allá dónde no hago pie me pierdo. Por eso, hoy martes 18, húmedo mayo, prefiero hablar de Carmen en términos plebeyos.
El maestro Pepe Hierro dedicó unas palabras, espléndidas palabras, al último libro impreso de Carmina. Hacen hermosa referencia al hogar como símbolo: “Carmina Casala me invitó a su nueva casa (Todo poeta que publica un libro estrena domicilio nuevo). Carmina no estaba. El poeta no está cuando llegas. Dada la pluralidad de significados de aquella plataforma de asalto, aquel domicilio, cueva de ladrones, en donde aprendimos bulliciosos el oficio, si ella me lo permite, voy a asomarme esta tarde a su hogar en términos físicos, porque la casa de Carmen era y sigue siendo el hábitat perfecto para una tropa heterogénea de bardos, ese Camelot castizo en donde nunca falta asiento a todo buen caballero.
Permítanme antes unos datos biográficos. Desde un punto de vista histórico, dado que por ventura o desventura y a pesar de la eterna adolescencia de Carmen, ya formamos parte de los puntos de vista históricos, nuestra conjunta botadura tuvo lugar en los astilleros de la calle Hileras, bajo la empresa naviera del Club de Arte, con don Pedro Fuentes Guío como glorioso armador. A partir de entonces, navegamos sin perder de vista la costa lidiando en los proscenios de las casas de cultura. Más adelante atracamos en las dársenas de la calle de la Reina, en los recónditos muelles del Gallo de Oro. Hasta que nuevos contratos mercantiles nos hicieron navegar en grupo por los mares del café Lyon. Decenas de puertos frecuentamos en buques de bandera extranjera y nombres dispares. Ilustre marinería que se fue repatriando en cada puerto fondeado, hasta que un pequeño manojo de aventureros, tripulantes hermanados de por vida, quedamos a cargo de los versos y las velas. Carmina siempre desarrolló función de timonel. A mi me entusiasmaba en popa, las noches de niebla y quietud, medir como en las películas los nudos de profundidad con objeto de que la nave no encallase en los bajíos de la lírica. A día de hoy, nuestro libro de bitácora sigue dominado por los vientos alisios de la amistad y por el placer infantil de la merienda y de los versos. Y con la merienda de nuevo arribamos en el pantalán de la casa de Carmen.
Porque, lo saben ustedes, existe una Carmina Casala papel impreso, verso consistente, libro puro, y existe una María del Monte Carmelo previa, declarada mujer en lo absoluto, consciente ciudadana, inquebrantable amiga, estimulante musa, doliente poeta. Porque la vida duele según las estaciones y los libros, Carmen sonríe para amortiguar la herida. Alza la sonrisa, su bandera. Porque la sonrisa de Carmen no es gesto o regalo, redonda la pronuncia en el altar de los labios y asperja el corazón de los amigos. Porque la vida duele según las estaciones y los libros, ella sonríe con la franqueza del que jamás traiciona. Desconoce la impostura, por eso el verbo siempre duele al descender por la oscura matriz de las estrofas. “No basta, dice, una conciencia de palabras para desentrañar el límite y la duda. Es mejor no asustar a Dios con más preguntas”. Con pesadumbre metaboliza la injusticia humana, enciende un cigarrillo, captura un bolígrafo, propone la inclinación exacta sobre folio inmaculado y entonces, cabalgando sobre aquel sofá carismático de su casa, aquel mueble corcel multifacético, hace que converjan el desasosiego, el desencanto, las cicatrices, la frustración y ocurre que el Bic, abducido, troquela vertiginoso la página, y del silencio urbano surgen declaraciones y salmos inauditos, y hasta Neruda le consiente extraer los versos más tristes esa noche. Catarsis del dolor en sólida materia.
He compartido glorias y naufragios y he disfrutado en el hogar de Carmen, y he descubierto que un hogar completo es la secuencia de muchas estancias, una puerta principal, por ejemplo, reservada a los amigos, un bosque de libros para guarecer a la hermosa proscrita, un salón de baile que se transfigura en albergue, auditorio, palacio bizantino, un desván luminoso donde acumular estrofas viudas, un armario para colgar con apresto la tristeza, un espejo inmune al invierno, una pantera diminuta que dice ser gato, una cómoda para almacenar poemas incómodos, un baño perfumado con inciensos de oriente en donde se abre una ventana ojival sobre paisajes sirios, una gran terraza arbórea con vistas al mar de Zimbawe, un grueso cofre de cartas de amor sin leer, certificados de esperanzas sin abrir, detonadores y besos que nunca estallaron en boca, lágrimas cansadas de ser humedal, y esa solemne lucidez, ese cansancio de cuerdas que provoca la soledad sostenida. Conozco el hogar, el reducido ecosistema de Carmen. Según necesidades se dilata hasta convertirse, ya lo he dicho, en merendero, albergue, palacio, Edén. Conozco la calle cardenalicia, el edificio cimentado en el vértice geodésico de esa alegoría de barrio llamado Prosperidad, el número 20, la década de la edad en que nos conocimos (hace ya unos cuantos cientos de libros). Conozco el hangar donde se gestaron los más sublimes versos, el templo al que acudía a descansar la Inspiración fuera de horario comercial.
En este inmueble, el espacio y el tiempo jamás se calibraron en medidas oficiales. Nunca segundos nunca metros. Porque en el alma de Carmen se barajan sutiles magnitudes. Una física gruyere (diría Cortazar), metáforas y átomos alegres como niños liberados de vulgares ataduras iónicas o miserables enlaces covalentes. Un Universo en femenina expansión el 4ºD.
Según los ciclos la percepción de la estancia se transforma. Hay ocasiones, en Octubre, en que ella abre la puerta, sonríe y sientes que penetras en la cueva elemental del eremita. Otras llamas al timbre en marzo y recalas en la feria de un poema nuevo. Por mayo irrumpes en el adoratorio del Sagrado Corazón de los Poetas, por julio en el Consulado de los Musas Emigrantes, bohemias ciudadanas sin papeles. De continuo resplandece la sensación de una casa en domingo. Hubo ciclos de amargura y aun perviven pequeñas gavetas numeradas donde reposan ligeros fracasos, incertidumbres, preguntas, conjeturas.
El maestro Rosales nos invitó a visitar “Su casa encendida”. Aquella resultaba una casa de añoranza y dolorosos espacios vacíos. La de Carmen, soy testigo, fue una factoría, una multinacional donde se trabajaba a destajo de lunes a viernes. Se fichaba entrada la madrugada y corría la labor hasta los arrabales inspirados del amanecer. Casa de labranza con extraños horarios de siembra. A mayor insomnio mayor lucidez.
La casa sueña, respira. He presenciado milagros. No soy el único. Cómo de un ramo ciego y pusilánime de palabras Carmen levantaba una alcazaba. He visto nacer versos, erguirse adjetivos, machihembrarse las frases hasta alcanzar la sobria dignidad de endecasílabo. Por eso creo en ella sin resquicios, en la palabra fermentada y sólida de sus libros, y en la palabra suya futura, la que está por llegar, el verso en crianza que aún madura silencio en las bodegas manchegas de su corazón.
Todos los poetas y filibusteros invocamos la tutela de las musas. Nos urge su mediación para coronar la cima de un estrofa irresistible. Desplegamos las cuerdas desde el campo base de la página en blanco con la única intención de hacer cima en un poema que supere el ocho mil. Imposible los atajos. Un poema es un milagro, lo sabemos. Y Carmen vive escribiendo milagros destilados con aristas, con clamores, con algas, con raíces, inclusive con elementos tan impropios como la lava volcánica extraída del atolón del Adonais.
Taurinas las cinco en punto de la tarde en el tendido del 4º. En el albero cuadrangular de su salón se han lidiado tardes memorables de versos gloriosos. Como excelente diestro, Carmen jamás evita la suerte última, la liturgia de la espada y la muerte, la de la responsabilidad. Pese a su trágico destino anunciado el toro la respeta. Los adjetivos subalternos la respetan. La autoridad la respeta. Los aficionados sabemos que le aguarda el trofeo del poema sublime. Porque ella, MUJER, POETA, siempre saldrá de la Plaza alzada en nuestros hombros por la Puerta Grande.
Os dejo con unos poemas suyos y con una joya, la presentación que Rafael Borge (otro inmerecido regalo de la Humanidad) le hizo a Carmina en la Tertulia Hispanoamericana hace apenas unos meses. Que paséis buenas vacaciones, Jaime Alejandre.
EL CORAZÓN DE CARMEN HABLA DE SÍ MISMA
Brío aliento. Y dolor. Es mi armadura
como ráfaga al mar. De abrazadera
ejerzo. Hablo y reclamo. Así cualquiera
me confunde con juicio o con locura.
No investigo del tacto su tersura
si acomoda en mi piel la primavera,
y es frecuente que indulte a quien lacera
la paz que languidece en mi cintura.
Por lo demás, llevo el abecedario
a la mesa de citas con el verso
por aquello del agua y el remanso.
El poema me da lo necesario.
Con él hago la paz y algún converso.
Hilvano mucho amor. Rezo. Descanso.
(De “Carmina Casala. Hazversidades Poéticas”)
4.
Octubre no me visitó en Oriente.
Me abordó lejos
desafiando las leyes de la brújula.
Vino de pronto.
Yo sabía que un timbre
podía derribar todas las puertas,
pero fue diferente:
los cimientos del cuerpo
se vinieron abajo
y con ello –tan frágil-
el cálido solsticio de los sueños.
Sentí cómo lloraban las jambas de mi casa,
cómo se desplomaba la risa en los espejos,
y luego, aquellas notas,
aquel escalofrío desafinando el pulso.
Yo destejía, entonces,
la niebla de tus brazos,
amor sobre las hebras, una a una,
como una vía láctea enamorada
detrás de aquel destello,
entreabriendo el embozo de la luz y el verano.
Caía, como el suicida,
en un túnel sin dueño.
Un mundo sin sentidos,
una fiebre sin puntos cardinales
borrándome del tacto y de la vida.
-No sé por qué de repente era viernes
y el silencio un dolor inhabitable-.
(De “Octubre sin raíz”)
Presentación de Carmina Casala por Rafael Borge:
Carmen me convoca para que la presente. Presentar a Carmen... como si hubiera criatura en el ruedo de lo lírico que la desconociera. Dos semanas llevo viajando entre frases buscando la expresión correcta. Qué decir, qué contar. Inútil. Uno siempre acude a las citas con Carmen. No es cortesía ni civismo, hablamos de amistad. Si la cita converge en su casa, reunirse con Carmen significa merendar versos. ¡Un planazo!, así lo expresa elocuente nuestro hermano Rafael Soler. No conozco humano cuerdo o poeta mendicante que haya rechazado una merienda. Tal y como dicta la letra del bolero: “Si Carmen dice ven... lo dejamos todo”. Por ese motivo estamos hoy “todos” voluntariamente convocados aquí, en este sagrado recinto, hogar y oráculo de poetas, conducido por la mano de esta espléndida sibila que es Marisa (...se lo agradecemos).
Hoy, martes 18, húmedo mayo, perdónenme ustedes, no vengo dispuesto a bucear en las claves de la poética de Carmen, no. Otros expertos en submarinismo indagaron antes a profundidad extrema. Confieso el pánico al medio marino, allá dónde no hago pie me pierdo. Por eso, hoy martes 18, húmedo mayo, prefiero hablar de Carmen en términos plebeyos.
El maestro Pepe Hierro dedicó unas palabras, espléndidas palabras, al último libro impreso de Carmina. Hacen hermosa referencia al hogar como símbolo: “Carmina Casala me invitó a su nueva casa (Todo poeta que publica un libro estrena domicilio nuevo). Carmina no estaba. El poeta no está cuando llegas. Dada la pluralidad de significados de aquella plataforma de asalto, aquel domicilio, cueva de ladrones, en donde aprendimos bulliciosos el oficio, si ella me lo permite, voy a asomarme esta tarde a su hogar en términos físicos, porque la casa de Carmen era y sigue siendo el hábitat perfecto para una tropa heterogénea de bardos, ese Camelot castizo en donde nunca falta asiento a todo buen caballero.
Permítanme antes unos datos biográficos. Desde un punto de vista histórico, dado que por ventura o desventura y a pesar de la eterna adolescencia de Carmen, ya formamos parte de los puntos de vista históricos, nuestra conjunta botadura tuvo lugar en los astilleros de la calle Hileras, bajo la empresa naviera del Club de Arte, con don Pedro Fuentes Guío como glorioso armador. A partir de entonces, navegamos sin perder de vista la costa lidiando en los proscenios de las casas de cultura. Más adelante atracamos en las dársenas de la calle de la Reina, en los recónditos muelles del Gallo de Oro. Hasta que nuevos contratos mercantiles nos hicieron navegar en grupo por los mares del café Lyon. Decenas de puertos frecuentamos en buques de bandera extranjera y nombres dispares. Ilustre marinería que se fue repatriando en cada puerto fondeado, hasta que un pequeño manojo de aventureros, tripulantes hermanados de por vida, quedamos a cargo de los versos y las velas. Carmina siempre desarrolló función de timonel. A mi me entusiasmaba en popa, las noches de niebla y quietud, medir como en las películas los nudos de profundidad con objeto de que la nave no encallase en los bajíos de la lírica. A día de hoy, nuestro libro de bitácora sigue dominado por los vientos alisios de la amistad y por el placer infantil de la merienda y de los versos. Y con la merienda de nuevo arribamos en el pantalán de la casa de Carmen.
Porque, lo saben ustedes, existe una Carmina Casala papel impreso, verso consistente, libro puro, y existe una María del Monte Carmelo previa, declarada mujer en lo absoluto, consciente ciudadana, inquebrantable amiga, estimulante musa, doliente poeta. Porque la vida duele según las estaciones y los libros, Carmen sonríe para amortiguar la herida. Alza la sonrisa, su bandera. Porque la sonrisa de Carmen no es gesto o regalo, redonda la pronuncia en el altar de los labios y asperja el corazón de los amigos. Porque la vida duele según las estaciones y los libros, ella sonríe con la franqueza del que jamás traiciona. Desconoce la impostura, por eso el verbo siempre duele al descender por la oscura matriz de las estrofas. “No basta, dice, una conciencia de palabras para desentrañar el límite y la duda. Es mejor no asustar a Dios con más preguntas”. Con pesadumbre metaboliza la injusticia humana, enciende un cigarrillo, captura un bolígrafo, propone la inclinación exacta sobre folio inmaculado y entonces, cabalgando sobre aquel sofá carismático de su casa, aquel mueble corcel multifacético, hace que converjan el desasosiego, el desencanto, las cicatrices, la frustración y ocurre que el Bic, abducido, troquela vertiginoso la página, y del silencio urbano surgen declaraciones y salmos inauditos, y hasta Neruda le consiente extraer los versos más tristes esa noche. Catarsis del dolor en sólida materia.
He compartido glorias y naufragios y he disfrutado en el hogar de Carmen, y he descubierto que un hogar completo es la secuencia de muchas estancias, una puerta principal, por ejemplo, reservada a los amigos, un bosque de libros para guarecer a la hermosa proscrita, un salón de baile que se transfigura en albergue, auditorio, palacio bizantino, un desván luminoso donde acumular estrofas viudas, un armario para colgar con apresto la tristeza, un espejo inmune al invierno, una pantera diminuta que dice ser gato, una cómoda para almacenar poemas incómodos, un baño perfumado con inciensos de oriente en donde se abre una ventana ojival sobre paisajes sirios, una gran terraza arbórea con vistas al mar de Zimbawe, un grueso cofre de cartas de amor sin leer, certificados de esperanzas sin abrir, detonadores y besos que nunca estallaron en boca, lágrimas cansadas de ser humedal, y esa solemne lucidez, ese cansancio de cuerdas que provoca la soledad sostenida. Conozco el hogar, el reducido ecosistema de Carmen. Según necesidades se dilata hasta convertirse, ya lo he dicho, en merendero, albergue, palacio, Edén. Conozco la calle cardenalicia, el edificio cimentado en el vértice geodésico de esa alegoría de barrio llamado Prosperidad, el número 20, la década de la edad en que nos conocimos (hace ya unos cuantos cientos de libros). Conozco el hangar donde se gestaron los más sublimes versos, el templo al que acudía a descansar la Inspiración fuera de horario comercial.
En este inmueble, el espacio y el tiempo jamás se calibraron en medidas oficiales. Nunca segundos nunca metros. Porque en el alma de Carmen se barajan sutiles magnitudes. Una física gruyere (diría Cortazar), metáforas y átomos alegres como niños liberados de vulgares ataduras iónicas o miserables enlaces covalentes. Un Universo en femenina expansión el 4ºD.
Según los ciclos la percepción de la estancia se transforma. Hay ocasiones, en Octubre, en que ella abre la puerta, sonríe y sientes que penetras en la cueva elemental del eremita. Otras llamas al timbre en marzo y recalas en la feria de un poema nuevo. Por mayo irrumpes en el adoratorio del Sagrado Corazón de los Poetas, por julio en el Consulado de los Musas Emigrantes, bohemias ciudadanas sin papeles. De continuo resplandece la sensación de una casa en domingo. Hubo ciclos de amargura y aun perviven pequeñas gavetas numeradas donde reposan ligeros fracasos, incertidumbres, preguntas, conjeturas.
El maestro Rosales nos invitó a visitar “Su casa encendida”. Aquella resultaba una casa de añoranza y dolorosos espacios vacíos. La de Carmen, soy testigo, fue una factoría, una multinacional donde se trabajaba a destajo de lunes a viernes. Se fichaba entrada la madrugada y corría la labor hasta los arrabales inspirados del amanecer. Casa de labranza con extraños horarios de siembra. A mayor insomnio mayor lucidez.
La casa sueña, respira. He presenciado milagros. No soy el único. Cómo de un ramo ciego y pusilánime de palabras Carmen levantaba una alcazaba. He visto nacer versos, erguirse adjetivos, machihembrarse las frases hasta alcanzar la sobria dignidad de endecasílabo. Por eso creo en ella sin resquicios, en la palabra fermentada y sólida de sus libros, y en la palabra suya futura, la que está por llegar, el verso en crianza que aún madura silencio en las bodegas manchegas de su corazón.
Todos los poetas y filibusteros invocamos la tutela de las musas. Nos urge su mediación para coronar la cima de un estrofa irresistible. Desplegamos las cuerdas desde el campo base de la página en blanco con la única intención de hacer cima en un poema que supere el ocho mil. Imposible los atajos. Un poema es un milagro, lo sabemos. Y Carmen vive escribiendo milagros destilados con aristas, con clamores, con algas, con raíces, inclusive con elementos tan impropios como la lava volcánica extraída del atolón del Adonais.
Taurinas las cinco en punto de la tarde en el tendido del 4º. En el albero cuadrangular de su salón se han lidiado tardes memorables de versos gloriosos. Como excelente diestro, Carmen jamás evita la suerte última, la liturgia de la espada y la muerte, la de la responsabilidad. Pese a su trágico destino anunciado el toro la respeta. Los adjetivos subalternos la respetan. La autoridad la respeta. Los aficionados sabemos que le aguarda el trofeo del poema sublime. Porque ella, MUJER, POETA, siempre saldrá de la Plaza alzada en nuestros hombros por la Puerta Grande.
¡Allí estaremos!
ResponderEliminarhttp://iiiencuentropoesiaenred.blogspot.com/
ResponderEliminarJaime:
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Felicitaciones Jaime Alejandre por el ciclo, por todos los poetas invitados y, especialmente, por traer a una poeta de tan gran altura como es CARMINA CASALA. Allí estaré sin duda alguna para disfrutar de su buena poesía y, seguro estoy, de la compañía de muchosw conocidos y amigos míos, tuyos suyos, nuestros y de la poesía.
ResponderEliminarUn saludo
Manuel
¡Que portento de poeta!Hacía mucho que no sabía de ella. Lástima que en esas fechas este en Italia.
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