Poetas Hazversos

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"Hazversidades poéticas"

(Café Comercial, Glorieta de Bilbao, el último martes de cada mes a las 20:00)

viernes, 18 de febrero de 2011

Lázaro

No se va al teatro a ver una obra como “Lázaro” (Teatro Tribueñe, C/ Sancho Dávila, 31, Madrid, http://www.salatribuene.com/ Producción de Isla Aguilar; Isla, seguramente el poema más vital y esperanzado escrito por su madre, Elvira Daudet, esa debilidad de mi corazón) y se regresa a casa impunemente. Pasan las horas y uno no consigue recuperarse a sí mismo, rescatar al que fue y que se quedó absorto en la sala, apagadas ya las luces del proscenio y los ecos de los aplausos.
En mi caso ha tenido que llegar la madrugada siguiente a la función para que en mi vela noctámbula haya sido capaz de recomponer las piezas del puzzle de mí mismo desbaratado por la obra y tratar de asimilar lo que me transcurre por el alma.
Igual que el escenario de esta obra muestra montones desordenados de ropa como los de un trapero o los de una casa abandonada tras el paso de las tropas asaltantes, así habían quedado las piezas de mi espíritu tras la obra. Pero ahora me he dado cuenta del orden para nada evidente en el que sin embargo se habían esparcido esas, las piezas de mis ser. Y he entendido. Y entender es dolerse.

Háganme caso, vayan a ver esta obra (está hasta el 12 de marzo, un lujo en esta sociedad nuestra de lo fugaz y lo inane en la que el libro, la película, el concierto, recién estrenados, ya empiezan a ser retirados como cadáveres que pronto hederán, para que el nexo de unión de las obras de arte sea su consumo y no su permanencia, en esta cultura de usar y tirar fomentada por quienes saben que alienados por la sobreabundancia, los seres humanos somos manejables como muñecotes tristes, mudos). Vayan a verla. Descubran una compañía (Mirage) sólida como sólo lo que no tiene estructura alcanza a ser sólido en cualquier latitud, cualquier ambiente, a ser una y todas las cosas.
Su director (Juan Ayala) es capaz, con sabia mano invisible, de conducir sin despistes al mensaje central de la obra la desmesura propia que necesitan estos personajes para ser ellos mismos. Y sólo por ello merece la pena ser significado, pues la obra posee la infinita complejidad de lo que parece sencillo. Como cuando vemos a un atleta hacer un doble salto mortal con tanta facilidad que llegamos a pensar que cualquiera podría hacerlo en el pasillo de su casa.
Los actores (Miguel Oyarzun, Daniel Gallardo, Miguel Pérez), interpretan cada uno algo así como una decena de papeles, y sinceramente lo hacen con una energía, una vis dramática y cómica, una verosimilitud y una versatilidad, que lo esperanzan a uno por la larga y fecunda vida que le queda a la dramaturgia en España con profesionales como estos. El intercambio de papeles de Miguel y Daniel es de una intensidad que difícilmente se recuerda en el Foro y la luminosidad de sus gestos suman increíblemente texto al texto, complejo y magistralmente pronunciado por sus voces. (La elocuencia de los ojos de Oyarzun merecería capítulo aparte).
El uso de recursos escénicos (la escalera rota, por ejemplo) afortunadamente no responde a la moda actual, no está puesto al servicio del mero hecho de querer epatar a los espectadores no avisados, sino que se erige en símbolo múltiple que permite unos audaces movimientos de escena en los que la sobriedad del escenario se transforma en desbordante escenografía contando con la complicidad del público, demostración palpable, -sí, por una vez valga el lugar común-, palpable, de que el talento sabe transformar, inundar de luminosidad y dar voz incluso a los objetos (recordemos “Angelina o el honor de un Brigadier”, donde un muro se convierte por obra del autor, Jardiel Poncela, en personaje). Los escenógrafos (Tomás Muñoz y Anabel Strehaiano) consiguen una extraordinaria puesta en escena desde principio a fin, salpicada además de media docena de destellos simplemente inolvidables, conseguidos no con un despliegue de medios tecnológicos innecesario (y enmascarador de las carencias de sus usuarios las más de las veces), sino apenas con polvos de talco magistralmente iluminados (Miguel Pérez y David Alcorta) o con esa escalera rota que hace de picota, de sillón paritorio, de cárcel, de… de Teatro Mundo.

Concluyo: reconozco que aunque en muchos momentos de esta obra la comicidad me arranque la risa (el acibarado humor de algunos textos nos hace reír sabiendo que es indecente hacerlo pero necesario para soportar la imagen de la verdad), lo que me queda es la desolación y la tristeza del que le han mostrado las sombras de la naturaleza humana. Pero no se fíen demasiado de mis percepciones, pues a mí uno de los libros más amargos que se han escrito en la historia universal de la literatura siempre me ha parecido el Quijote, ese vivo loco muerto cuerdo con el que el común de los mortales, al parecer, se troncha de risa. Claro que hay quienes en el circo se mondan a costa del payaso triste que recibe los tartazos, los tortazos y, en definitiva, la soledad, despiadada, con nata y sin ella.
Así que para mí la obra tiene un tono de amarga y necesaria lucidez que, por ejemplo, en el momento anterior al desenlace, en el que los personajes se visten sus ropas de ciudadanos (acertadísimo vestuario el de María Madrigal y Abraham Diallo) y recuperan sus propias voces, se me hace espeluznante.
Y sin embargo, el contrapunto ofrecido por la música de Tim Bamber (interpretada con inigualable maestría en vivo a la guitarra y a la percusión por Miguel Pérez) es capaz de atrapara la atmósfera, creada alrededor de la necesaria estridencia de los parias de la escena, y envolverla en la mortal seda de la melancolía para hacerla aún más contundente.
“Lázaro”, por si aún fuera insuficiente lo que he dicho, demuestra la inmortalidad de algunos textos clásicos. Inmortalidad no sólo sustentada por sus propias palabras editadas ya entonces sino por el talento de jóvenes hombres y mujeres de teatro contemporáneos que son capaces de maridarlas a cuatrocientos cincuenta años de distancia en la más absoluta modernidad de los enigmas e inquietudes que hoy mismo nos sitian.

Enhorabuena a la Sala Tribueñe y a la Compañía “Mirage” y gracias por regalarnos una obra que en vez de entontecernos para aquietarnos frente al mundo y sus injusticias nos despierta. Nos despierta. O, tal vez, tras tanto tiempo como podemos llevar adormidos, nos resucita: Lázaro, sal fuera…
Salgan ustedes y vayan a ver esta obra imprescindible.
jaime alejandre

6 comentarios:

  1. Nadie podría decirlo mejor... o pocos, en todo caso, podrían haber manifestado tanto... y a tan altas horas de la madrugada, vive Dios. Apoyo con toda mi apoyatura lo manifestado por el Capitán... El milagro escénico de anoche trasciende la representación y obsequia un denso poso que late y nos reverbera en las entrañas. Por eso uno no salta fácil al aplauso cuando llega el Fin... la atmósfera sabiamente administrada continúa su prudente digestión y te deja contra las cuerdas, noqueado sin poder reacionar. Lázaro nos lazarea ya apagados los focos, nos incita a readjetivar la resurección.
    Bravo por esta obra, bravo por este equipo.

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  2. Gracias, una vez más, querido Jaime por tu desmesurado talento y tu generosidad sin límites, puesta a punto hasta altas horas de la madrugada, robando horas al sueño, en respuesta no sólo a la poesía sino a todo acontecimiento cultural y vital que te emocione.

    Sólo una sensibilidad tan refinada como la tuya es capaz, no ya de ahondar hasta el tuétano en una obra tan compleja, trepidante y con tantas capas superpuestas como Lázaro, sino de hacerlo a conciencia, desde la propia razón ética y estética, para desvelar el temblor y compartir la tragedia de los diferentes parias que desfilan por el escenario.

    Gracias por tu inconfundible y extrema generosidad hacia toda manifestación humana, sea de alegría o dolor. Gracias por existir.
    Mi mejor abrazo
    Elvira

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  3. En momentos como este, siento envidia de no vivir en Madrid.

    Saludos.
    Leo

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  4. Elvira Daudet es garantía suficiente como para levantarse del sofá e ir a remover nuestras entrañas a una de esas butacas donde la inquietud no nos dejará atontados.
    Intuyo que como Lázaro, esta obra resucita incluso a los muertos.
    Lejos de tu generosidad a la que yo llamo justicia, lo que admiro de tu crítica es esa capacidad tuya para llegar a la esencia de la existencia. A desentrañar, que no a desvelar, los secretos que nos aguardan en la madrugada. Por supuesto, tu peculiar forma de contar, de sacudir conciencias. Por cierto que a mi los payasos siempre me hicieron llorar y hacían que me sintiera impúdica cuando tenía que mirar sus sonrisas pintadas a modo bipolar.
    Y por último agradecer las menciones que haces a cada uno de los que han conseguido llevar a cabo este proyecto para compartirlo con todos aquellos que aman la cultura más allá de sus ministerios, y la verdad más allá de los límites impuestos.
    Como siempre un placer leerte.
    Un abrazo,
    Carmen

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  5. Magnífica tu reseña, Jaime, porque es una invitación a levantarse de la silla e ir al teatro (y lo digo yo que en vez de un taxi, tendría que coger un tren o un avión), pero –sobre todo– porque transmite tu percepción desde el lugar adonde no se llega tan fácilmente: "... lo que me transcurre por el alma". Y si es ahí donde se ha colado "Lázaro", ya tiene la mejor crítica que puede tener una obra (sea cual sea su género o su ámbito). Gracias, espero no tardar mucho en poder disfrutarla.

    Un beso.

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  6. Jaime, Jaime, Jaime... y yo preparado para ir y este cuerpo...
    No puedo perderme la obra. Con esta crónica, no puedo perderme la obra.
    Espero poder acudir esta semana.
    Gracias por contarnos.
    Un abrazo.

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