En un borgiano juego de espejos y contrarios pensaba esta mañana en Simón el estilita. Este Simón fue un santo cristiano asceta (misógino hasta la extenuación pero entonces eso no restaba puntos para ser santo. Ni hoy resta para ser alcalde de Valladolid, por cierto). Nació en Siria, vivió su infancia como pastor y a los 15 años entró a un monasterio donde aprendió de memoria los 150 salmos de la Biblia, rezándolos cada semana, 21 cada día. Pero su fama radica en que como autopenitencia, para que las gentes no lo apartaran de la vida contemplativa, pasó 37 años subido a una columna. Véase en la foto (tomada en uno de mis inolvidables viajes a Siria) lo que queda de ella. Fue uno de los llamados “Padres del Yermo” (o del Desierto), eremitas y anacoretas que abandonaron las ciudades para vivir en la soledad de los páramos en busca de la paz interior (ascésis).
Nuestro Simón, Arriaga, no por penitencia ni por catolicismo, también ha vivido casi toda su vida apartado del mundanal ruido en una casa en el Boalo en la que muchas grandes cosas se han gestado. Sin embargo él no encontró la paz espiritual sólo en la inmovilidad de su torre sino también en el nomadismo, viajero impenitente o tal vez penitente que está siempre camino de alguna parte. Claro que también en esto sería Simón Arriaga Padre del Desierto, pues desierto y nomadismo son condiciones de una misma verdad.
Por si fuera poco, también nuestro Simón tiene una memoria portentosa y arrebatos místicos. Como cuando una vez en una cena en casa de unos amigos se quedó yo diría que transido y nos soltó de memoria el poema de Oliverio Girondo:
“Me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy absolutamente irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme! Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa. ¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus celos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado? ¡María Luisa era una verdadera pluma! Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres... ¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte. Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo. ¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo! Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo? Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando”.
Tardaron siete días dos grúas en cerrarnos la boca a los testigos de aquella iluminación poética...
En fin, Simón Arriaga es, por tanto, y por más, un ser excepcional y un poeta necesario (y un fotógrafo inquietante, por cierto). Además es mi amigo del corazón. Un corazón que tropezó en Praga pero no para caer sino para encontrar algo en los adoquines: fotografías, poemas, el amor, un río que siempre permanezca...
Nuestro Simón, Arriaga, no por penitencia ni por catolicismo, también ha vivido casi toda su vida apartado del mundanal ruido en una casa en el Boalo en la que muchas grandes cosas se han gestado. Sin embargo él no encontró la paz espiritual sólo en la inmovilidad de su torre sino también en el nomadismo, viajero impenitente o tal vez penitente que está siempre camino de alguna parte. Claro que también en esto sería Simón Arriaga Padre del Desierto, pues desierto y nomadismo son condiciones de una misma verdad.
Por si fuera poco, también nuestro Simón tiene una memoria portentosa y arrebatos místicos. Como cuando una vez en una cena en casa de unos amigos se quedó yo diría que transido y nos soltó de memoria el poema de Oliverio Girondo:
“Me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy absolutamente irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme! Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa. ¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus celos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado? ¡María Luisa era una verdadera pluma! Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres... ¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte. Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo. ¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo! Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo? Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando”.
Tardaron siete días dos grúas en cerrarnos la boca a los testigos de aquella iluminación poética...
En fin, Simón Arriaga es, por tanto, y por más, un ser excepcional y un poeta necesario (y un fotógrafo inquietante, por cierto). Además es mi amigo del corazón. Un corazón que tropezó en Praga pero no para caer sino para encontrar algo en los adoquines: fotografías, poemas, el amor, un río que siempre permanezca...
jaime alejandre
“Tenías que haber sido inmortal”
(Escrito en una lápida en un cementerio de Madrid)
Hay demasiada luz demasiada luz todas las horas demasiado tiempo y tantas sombras detrás Bruno que ya no consigo ver Para ese ruido por favor se vuelve todo tan estruendo tan tumulto tan silencio de repente todo Bruno todo va cabiendo sin pedir permiso y me pesa tanto Siempre fui como un avispero abandonado estas sábanas tan blancas tan lisas si te fijas Bruno tienen miles de agujeros millones de agujeros diminutos Ven Bruno ven a verlos tienes que venir a verlos a taparlos porque el tiempo Bruno todo se derrama ven porque pronto no va a quedar ya nada sólo esta luz esta luz que no me deja ver Ven a taparlo todo ven a tapar todos estos agujeros ven y llévate el ruido ese ruido de pasos en el pasillo En todos los pasillos del mundo debe haber un ruido igual de pasos pasos pasos pasos Bruno diles que se vayan diles que se lleven toda esta luz que no me deja ver que no me deja verte
(De “Mejor era cuando te vayas”)
“Tenías que haber sido inmortal”
(Escrito en una lápida en un cementerio de Madrid)
Hay demasiada luz demasiada luz todas las horas demasiado tiempo y tantas sombras detrás Bruno que ya no consigo ver Para ese ruido por favor se vuelve todo tan estruendo tan tumulto tan silencio de repente todo Bruno todo va cabiendo sin pedir permiso y me pesa tanto Siempre fui como un avispero abandonado estas sábanas tan blancas tan lisas si te fijas Bruno tienen miles de agujeros millones de agujeros diminutos Ven Bruno ven a verlos tienes que venir a verlos a taparlos porque el tiempo Bruno todo se derrama ven porque pronto no va a quedar ya nada sólo esta luz esta luz que no me deja ver Ven a taparlo todo ven a tapar todos estos agujeros ven y llévate el ruido ese ruido de pasos en el pasillo En todos los pasillos del mundo debe haber un ruido igual de pasos pasos pasos pasos Bruno diles que se vayan diles que se lleven toda esta luz que no me deja ver que no me deja verte
(De “Mejor era cuando te vayas”)
Mientras yo no pueda respirar bajo el agua, o volar (pero de verdad volar, yo solo, con mis brazos), tendrá que gustarme caminar sobre la tierra, y ser hombre, no pez ni ave.
ResponderEliminarNo tengo ningún deseo que me digan que la luna es diferente a mis sueños.” (Jaime Sabines)
Leo tu texto, y me quedo exhausto. Felizmente exhausto. De recordar, de imaginar, de darme cuenta de cuánto vale lo que tenemos, lo que somos, lo que juntos vamos siendo. Lo que dices tiene tantos aciertos que termina siendo un grande, luminoso, armonioso bucle. Yo estuve allí aquella noche, en un angosto salón hecho ancho porque los poemas tienes la propiedad misteriosa de expandir el espacio que los contiene. Y las grúas no consiguieron terminar de cerrarme la boca. Ahí sigue vivo el asombro. El asombro...
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