Eso nos ha recordado el poeta
Javier Lostalé hoy en un memorable recital inundado de emoción y melancolía,
que las palabras son como cuerpos donde el amor y el desamor trazan las
geografías de los hombres. Cada una de las palabras-cuerpo de Javier Lostalé,
cada uno de sus versos, de sus estrofas, de sus poemas, han entrado hoy, al
menos en mi corazón (y creo que en el de muchos de los presentes) para hacerme
comprender una vez más (nunca es suficiente para un habitante de las sombras de
la decepción) que la felicidad humana reside en el silencio, en la vida
contemplativa cuyo fruto supremo no es sólo la poesía (como dice Simon Leys)
sino el fruto supremo de la esencia indivisible y única de uno mismo.
Si pasaremos irremediablemente como
“ceniza en la ceniza de los días” (Nicolás Guillén) es precisamente por ello
que la felicidad se erige en el único deber humano.
Y más aún, dejando el territorio
de la trascendencia para alcanzar el de la contingencia y sus dolores
pasajeros, citemos, como ha hecho esta tarde Lostalé, a Brines, que opina que “la poesía es el territorio de la libertad y
la tolerancia”. De modo que nada más necesario en estos días aciagos de turbulencias
que contar con la poesía para reconquistar la libertad y la tolerancia, aquello
que nos hace a uno y a los otros, hombres.
Nunca por nadie fuiste deseado.
Pasaste por el mundocomo nube sin sombra.
Tu corazón despoblado
brilló silencioso
en la altitud deslumbrada
de un sueño sin reino.
Injertado en deltas de cuerpos
sin desembocadura
viviste tu mansa fiebre
en claro latido de espera.
Te transfiguraste en el que habló
hasta tocar la mano de sus palabras,
y así, aún más desconocido,
en cautivo desvelo
tu existencia iluminaste.
Rendido desde muy joven
al misterio de no ser llamado,
aprendiste a habitarte
como se habita la tristeza
escrita sin historia.
Tuyo desde la trasminación
de tu cárcel de luz
un día te alejaste
sin edad ni nombre,
mientras un ángel sin alas
cruzaba el cielo de los desposeídos.
(© Javier Lostalé, 2012, inédito)
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