Memorable velada la del 8 de noviembre en las Hazversidades Poéticas. Pepe Esteban nos trasportó en el corcel más difícil de cuantos pueblan la yeguada literaria, el del humor. Abordó lo que él denomina los arrabales de la literatura, donde se encuentra tan a gusto, y nos hizo disfrutar de lo lindo con el refranero, con anécdotas sobre erratas que siempre mejoran el texto, con aventuras de la mano de Bryce Echenique y tantos otros y con una deliciosa disquisición sobre NO prestar jamás tus libros.
Al final, cuando nos tenía a todos desarmados por la risa, nos metió a portagayola un rejón en forma de poema (“Viejos, entrañables, necesarios fetiches”, que saldrá publicado en el Crisol 2011 que presentaremos el 16 de diciembre a las ocho de la tarde en el Libertad 8) que nos dejó tiritando, buscando las tablas para aguantar tanto dolor...
Si haberlo preparado conjuntamente, lo cierto es que la pobre presentación que de él hice, se ajustó como un guante al recital, y como varios habéis solicitado el texto, vaya a continuación. Salud y República, amigos, y hasta el 16 de diciembre con la antología (Crisol) de Poetas Hazversos 2011, jaime alejandre.
Dicen ciertos indígenas de las selvas colombianas, o si no lo dicen, que lo digan, coño, que “El hombre sabio, vuela”. Pese a que yo me dediqué bastantes años a bajarme en marcha de las avionetas sin incremento alguno de mi sabiduría, sí que debe ser cierto el adagio ya que todas las religiones del mundo en algún momento u otro acaban ensalzando el milagro del vuelo. Los budistas levitan en sus nirvanas vicarios y pasajeros antes de volar hasta el definitivo; los musulmanes llegan en alados aves al jardín de las huríes; y los católicos veneran sin sonrojo la Ascensión por no hablar de los viajes sicotrópicos de la buena Teresa de Ávila cuyo incorrupto brazo se hizo en Iberia un sightseen tour que no veas en tiempos de Franco.
Pues bien, a qué viene esto que nos suelta el Alejandre, se preguntarán, o afirmarán, ¡qué mal le sientan los hongos en ayunas al calvete éste! Pero el hecho es que afrontar el reto de presentar a Pepe Esteban tiene sus pelenguendengues, porque ha sido y es en el mundo literario todo lo que se puede y se debe ser. Erudito, escritor, editor, vividor, aventurero, y hasta paremiólogo –palabro donde los haya que he conseguido decir sin trabucarme y que te hace quedar como si hubieras ido a la universidad pero que significa refranero.
En fin, pues lo dicho, a la hora de presentar a Pepe, podía ponerme yo a hablar muy académico del rescate que en los años 80 hizo de la novela histórica con sus precursoras La España Peregrina y el Himno de Riego... Claro que siete millones de pésimas, prescindibles novelas históricas después perpretadas por una ralea de analfabetos casi sería cosa menos de ensalzar al bueno de Pepe que de demandarlo ante el Tribunal Supremo o mejor al TOP aquél del Orden Público, hoy Audiencia Nacional, poco cambian las cosas en al magistratura.
También podía haber optado yo hoy por resaltar su envidiable conocimiento de la vida de la bohemia con su libro Café Gijón y sus ediciones de egregios escritores perdidos en las nieblas del tiempo. O recordar que cuando nadie se acordaba de Martí y de Galdós, o de Bergamín, él se tiró al escenario como el que canta canciones para después de una guerra y se arruina.
Pero como éste que aquí está con nosotros, dispuesto a entregarnos su rarísima y codiciada poesía, es además de escritor y editor, un apasionado personaje literario de sí mismo, podía dedicarme yo, pensé, a ensalzar su vida real y fingida. Porque este elemento sin tabla periódica que lo aguante, ha estado en todas las páginas vivas de la literatura hispánica desde la posguerra y tiene en las meninges un almacén de anécdotas que es más infinito que el número de idiotas del que hablaba Ortega y Gasset. Anécdotas desde el famoso: Pepa, Pepe pupa de Caballero Bonald a encuentros tras los cortinones, recién corridos (los cortinones), encuentros, digo de cadáveres auténticos con ese feliz rigor mortis del que trasciende al Más Allá, empujón de vientre mediante, en una casa de lenocinio allá por México o por Suecia...
Y hablando de almacén de anécdotas, otro almacén que Pepe posee es el ingente de sus libros. Los que saben contar sin usar los dedos de las manos, dicen que su biblioteca alcanza más de 40.000 ejemplares. Claro que si tenemos en cuenta que el año pasado le envié la Antología de Poetas Hazversos y hoy he tenido que volver a traérsela porque jura que no la tiene, que sí, que la tiene, pues lo mismo sus 40.000 ejemplares no son tantos, al menos únicos y diferentes. En todo caso, como verán, el colofón de sus Hazversidades Poéticas recoge como homenaje que un día como hoy, en 1602 se produjo la apertura de la mítica Biblioteca Bodleiana de la Universidad de Oxford.
Luego se me ocurrió que podía hablar de la cuasi monomanía de Pepe por la errata, pero en este sentido hoy simplemente he querido traerle aquí algo que no es errata, desliz involuntario, que a menudo mejora el texto, sino un garrafal patinazo a todo color.
En fin, volvamos a lo nuestro. Se me ocurrió entonces dedicar mi presentación de hoy, que como ven no arranca, al Pepe Esteban hacedor de su propia hagiografía. Pepe, repito hagiógrafo de sí mismo, en una penúltima pirueta, después de habernos fascinado durante años, hace unos cuantos quiso enternecernos a sus amigos, y dar esperanzas a los muchos enemigos de las huestes literarias, por no decir además que quiso dar tema de conversación a tanto ilustre bohemio contemporáneo con ficha de funcionario y cuenta corriente que de corriente tiene lo que yo de melenudo león de la Metro. Entonces decidió Pepe decirnos con carita de pena a todos que habían tenido que operarle un riñón, a él, ¡que destila mejor que los alambiques todos de Escocia puestos en serie y en paralelo! Sin embargo, sus primos, que lo conocemos bien, sabemos a veces más cosas de las que sabemos que sabemos (¿me explico, verdad?) y podemos hoy tranquilizar al personal confirmando que lo que le extirparon al bueno de Pepe fue ciertamente lo que se llama una turma, un dídimo, un testículo, también llamado criadilla, en fin, un cojón, un huevo, el izquierdo para más señas, que era el suyo más caído, como vago, quedando nuestro poeta de hoy, poeta que durante años había sido un ciclón, reducido, no sin elegancia, a la categoría de ciclán.
Pero, finalmente, a la hora de querer resaltar hoy algo en concreto de la sin par vida de Pepe Esteban, la verdad es que pensé que bastaría con citar un libro delicioso, casi minimalista, para conocer la estatura literaria y en este caso lírica, aunque esté en prosa, de Pepe. Me refiero a su cuento/novela corta: “El año que voló papá o la cabeza a pájaros”. Bastaría, digo, con ese libro para saber que es cierto que “El hombre sabio, vuela”.
Al final, cuando nos tenía a todos desarmados por la risa, nos metió a portagayola un rejón en forma de poema (“Viejos, entrañables, necesarios fetiches”, que saldrá publicado en el Crisol 2011 que presentaremos el 16 de diciembre a las ocho de la tarde en el Libertad 8) que nos dejó tiritando, buscando las tablas para aguantar tanto dolor...
Si haberlo preparado conjuntamente, lo cierto es que la pobre presentación que de él hice, se ajustó como un guante al recital, y como varios habéis solicitado el texto, vaya a continuación. Salud y República, amigos, y hasta el 16 de diciembre con la antología (Crisol) de Poetas Hazversos 2011, jaime alejandre.
Dicen ciertos indígenas de las selvas colombianas, o si no lo dicen, que lo digan, coño, que “El hombre sabio, vuela”. Pese a que yo me dediqué bastantes años a bajarme en marcha de las avionetas sin incremento alguno de mi sabiduría, sí que debe ser cierto el adagio ya que todas las religiones del mundo en algún momento u otro acaban ensalzando el milagro del vuelo. Los budistas levitan en sus nirvanas vicarios y pasajeros antes de volar hasta el definitivo; los musulmanes llegan en alados aves al jardín de las huríes; y los católicos veneran sin sonrojo la Ascensión por no hablar de los viajes sicotrópicos de la buena Teresa de Ávila cuyo incorrupto brazo se hizo en Iberia un sightseen tour que no veas en tiempos de Franco.
Pues bien, a qué viene esto que nos suelta el Alejandre, se preguntarán, o afirmarán, ¡qué mal le sientan los hongos en ayunas al calvete éste! Pero el hecho es que afrontar el reto de presentar a Pepe Esteban tiene sus pelenguendengues, porque ha sido y es en el mundo literario todo lo que se puede y se debe ser. Erudito, escritor, editor, vividor, aventurero, y hasta paremiólogo –palabro donde los haya que he conseguido decir sin trabucarme y que te hace quedar como si hubieras ido a la universidad pero que significa refranero.
En fin, pues lo dicho, a la hora de presentar a Pepe, podía ponerme yo a hablar muy académico del rescate que en los años 80 hizo de la novela histórica con sus precursoras La España Peregrina y el Himno de Riego... Claro que siete millones de pésimas, prescindibles novelas históricas después perpretadas por una ralea de analfabetos casi sería cosa menos de ensalzar al bueno de Pepe que de demandarlo ante el Tribunal Supremo o mejor al TOP aquél del Orden Público, hoy Audiencia Nacional, poco cambian las cosas en al magistratura.
También podía haber optado yo hoy por resaltar su envidiable conocimiento de la vida de la bohemia con su libro Café Gijón y sus ediciones de egregios escritores perdidos en las nieblas del tiempo. O recordar que cuando nadie se acordaba de Martí y de Galdós, o de Bergamín, él se tiró al escenario como el que canta canciones para después de una guerra y se arruina.
Pero como éste que aquí está con nosotros, dispuesto a entregarnos su rarísima y codiciada poesía, es además de escritor y editor, un apasionado personaje literario de sí mismo, podía dedicarme yo, pensé, a ensalzar su vida real y fingida. Porque este elemento sin tabla periódica que lo aguante, ha estado en todas las páginas vivas de la literatura hispánica desde la posguerra y tiene en las meninges un almacén de anécdotas que es más infinito que el número de idiotas del que hablaba Ortega y Gasset. Anécdotas desde el famoso: Pepa, Pepe pupa de Caballero Bonald a encuentros tras los cortinones, recién corridos (los cortinones), encuentros, digo de cadáveres auténticos con ese feliz rigor mortis del que trasciende al Más Allá, empujón de vientre mediante, en una casa de lenocinio allá por México o por Suecia...
Y hablando de almacén de anécdotas, otro almacén que Pepe posee es el ingente de sus libros. Los que saben contar sin usar los dedos de las manos, dicen que su biblioteca alcanza más de 40.000 ejemplares. Claro que si tenemos en cuenta que el año pasado le envié la Antología de Poetas Hazversos y hoy he tenido que volver a traérsela porque jura que no la tiene, que sí, que la tiene, pues lo mismo sus 40.000 ejemplares no son tantos, al menos únicos y diferentes. En todo caso, como verán, el colofón de sus Hazversidades Poéticas recoge como homenaje que un día como hoy, en 1602 se produjo la apertura de la mítica Biblioteca Bodleiana de la Universidad de Oxford.
Luego se me ocurrió que podía hablar de la cuasi monomanía de Pepe por la errata, pero en este sentido hoy simplemente he querido traerle aquí algo que no es errata, desliz involuntario, que a menudo mejora el texto, sino un garrafal patinazo a todo color.
En fin, volvamos a lo nuestro. Se me ocurrió entonces dedicar mi presentación de hoy, que como ven no arranca, al Pepe Esteban hacedor de su propia hagiografía. Pepe, repito hagiógrafo de sí mismo, en una penúltima pirueta, después de habernos fascinado durante años, hace unos cuantos quiso enternecernos a sus amigos, y dar esperanzas a los muchos enemigos de las huestes literarias, por no decir además que quiso dar tema de conversación a tanto ilustre bohemio contemporáneo con ficha de funcionario y cuenta corriente que de corriente tiene lo que yo de melenudo león de la Metro. Entonces decidió Pepe decirnos con carita de pena a todos que habían tenido que operarle un riñón, a él, ¡que destila mejor que los alambiques todos de Escocia puestos en serie y en paralelo! Sin embargo, sus primos, que lo conocemos bien, sabemos a veces más cosas de las que sabemos que sabemos (¿me explico, verdad?) y podemos hoy tranquilizar al personal confirmando que lo que le extirparon al bueno de Pepe fue ciertamente lo que se llama una turma, un dídimo, un testículo, también llamado criadilla, en fin, un cojón, un huevo, el izquierdo para más señas, que era el suyo más caído, como vago, quedando nuestro poeta de hoy, poeta que durante años había sido un ciclón, reducido, no sin elegancia, a la categoría de ciclán.
Pero, finalmente, a la hora de querer resaltar hoy algo en concreto de la sin par vida de Pepe Esteban, la verdad es que pensé que bastaría con citar un libro delicioso, casi minimalista, para conocer la estatura literaria y en este caso lírica, aunque esté en prosa, de Pepe. Me refiero a su cuento/novela corta: “El año que voló papá o la cabeza a pájaros”. Bastaría, digo, con ese libro para saber que es cierto que “El hombre sabio, vuela”.
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